Una sala llena de personas revoloteando, parloteando sin
cesar, risas resonando por doquier, una mesa con regalos y la expectación de un
amigo invisible, una tradición propia de las Navidades.
En un solo segundo dos caras conocidas aparecen entre el gentío
y el tiempo se detiene. Salto de la silla como un resorte y me hago hueco para
alcanzar a los recién llegados dándoles un gran abrazo de bienvenida e
intentando esconder las lágrimas de felicidad que quieren abrirse paso y surcar
mis mejillas.
Sé que el tiempo es efímero y antes de darnos cuenta volverán
a separarnos cientos de kilómetros, pero este tiempo a contrarreloj hace que
estos breves momentos sean aún más especiales.
Una mesa de bar, refrescos, una diana, dardos y una charla
amena para ponernos al día. No faltan las alusiones a tiempos pasados, pero no
necesariamente todo tiempo pasado fue mejor.
Es difícil vivir en el presente y pensar en un futuro mejor
lejos de todo aquello que conocemos sin caer en la trampa de intentar revivir
el pasado. Se hace cuesta arriba no tener cerca a nuestros seres queridos, pero
en el fondo, todo esfuerzo merecerá la pena, quiero pensar que será así.
Nadie dijo que empezar de cero sería fácil, pero es algo que
nos enseña a cultivar nuestra paciencia, a atesorar esos cortos instantes que
pasamos con aquellos que tenemos lejos, nos hace salir de nuestra zona de
confort y nos hace más fuertes. Al final todo se traduce en seguir aprendiendo
día a día, a convertirnos en imparables, a no necesitar baterías para jugar esta
partida que se llama vida.
Puedo decir que tengo experiencia en esto de romper con todo y
empezar de cero, dejar atrás familia y amigos, pero aún así, hay muchos días en
los que la melancolía me acompaña en cada segundo y es difícil seguir el ritmo
de la vida cuando echo de menos a alguien o simplemente anhelo ver una puesta
de sol en la ciudad que llevo en el corazón. En esos momentos todo cuesta más y
es más duro, pero también tengo que reconocer que no hay nada imposible. Desde
luego, que el camino hacia nuestro objetivo se nos haga demasiado difícil no
hace que cruzar la meta sea más grato, pero también es una forma de ponernos a
prueba a nosotros mismos, de conocer nuestros límites.
En esos momentos de flaqueza tiro de carrete, como se suele
decir, para recordar un día, una hora o incluso un segundo feliz y toda esa
carga que llevo sobre los hombros parece menos pesada.
Ahora mismo vienen a mi memoria dos horas concretas. Dos horas
en las que todos los que hemos estado presentes hemos pasado de la euforia del
reencuentro a la tranquilidad de una charla amena, pasando por las lágrimas
contenidas, así como por la casilla de las confesiones rápidas, pero, sobre
todo, hemos llegado a llorar de la risa contando vivencias y venturas sentados
alrededor de una mesa. Puede parecer poco, pero dos horas dan para mucho más de
lo que imaginamos y eso es lo que me ayuda a recargar las pilas y seguir dando
guerra.
No hay pruebas, no hay fotos que nos haga recordar esos
minutos pasados, tan solo seis amigos en una habitación salvando las
distancias. Amistades que se han generado en el trabajo, a través de internet,
en una partida de dardos… al fin y al cabo da igual porque lo que prevalece es
esa amistad forjada a fuego lento.
Una amistad de esas en las que agarrado a la botella viendo
como sale el sol, siento como cambia el mundo con cada sorbo de alcohol, se
disuelven los problemas y veo con claridad, lo importante en este mundo es tu
amistad (sí, es el estribillo de una canción, pero es el resumen perfecto para
terminar)
Os quiero un montón chicos 💓
